Arte y cultura por las calles de Madrid

Una aventura en cada esquina. Si por algo es conocida Madrid y su Comunidad, es por su oferta cultural estable, capaz de satisfacer las expectativas del turista más exigente y de adaptarse a las necesidades de aquellos que se adentran por primera vez en el mundo de la cultura. Más de 100 museos, cerca de 200 teatros e incontables galerías y exposiciones, además de centros culturales, cines y diversos eventos de importancia internacional, conforman esta oferta cultural de gran nivel.
Madrid está considerado como uno de los centros del arte y la cultura europea. Su Paseo del Arte centra todas las miradas. «Las Meninas» de Velázquez y «Los fusilamientos del 3 de Mayo» de Goya, en el Museo del Prado; «Sueño causado por el Vuelo de una Abeja alrededor de una Granada un Segundo antes del Despertar» de Salvador Dalí y «Les Vessenots en Auvers» de Vincent Van Gogh, en el Museo Thyssen-Bornemisza; y «El Guernica» de Pablo Picasso en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía son algunas de las obras de arte que no dejan indiferente a nadie.
Tres pinacotecas imprescindibles de fama internacional, pero no las únicas, porque Madrid está repleto de museos como el Museo Arqueológico o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, salas de exposiciones, y centros culturales como la Casa Encendida o el Círculo de Bellas Artes, cuyos fondos permanentes y exposiciones temporales son de un atractivo inigualable.
Sin olvidarnos de esas maravillas que forman parte del Patrimonio Nacional como el Convento de las Descalzas, el Convento de la Encarnación y el Palacio Real. La que fue en su día residencia oficial de los monarcas, hoy sigue acogiendo actos oficiales, como encuentros diplomáticos y protocolarios. ¡Recorre como un rey sus salones en una visita guiada!
Pero también encontramos edificios como el Teatro Real, que además es uno de los grandes exponentes de la escena musical clásica, ofrece visitas guiadas y una cuidada oferta gastronómica en su restaurante. Esta temporada podemos encontrar grandes óperas de Bellini, Verdi o Schönberg, que llegan al escenario con producciones de la máxima calidad y algunos de los mejores artistas del momento.
Aire puro en la ciudad
Existe un lugar donde convive la Torre Eiffel con la de Londres, el Manneken Pis belga con la Puerta de Brandenburgo, la Fontana de Trevi con el Muro de Berlín. Y así hasta 17 monumentos calcados a los originales. Se trata del Parque Europa de Torrejón de Ardoz, de entrada gratuita. Sus homólogos verdes madrileños aparecen encabezados, claro está, por El Retiro. Pero hay más parques obligados: el del Capricho de la Alameda de Osuna, el único del Romanticismo levantado en la ciudad, o el de Santander, construido sobre un depósito del Canal de Isabel II. Tiene ocho pistas de pádel, dos campos de fútbol, un circuito de footing, dos áreas para golf, etc. Si no puede decantarse por recorrer los jardines palaciegos de Aranjuez, donde tal vez le vengan a los oídos las melodías de su célebre Concierto.
w la cartelera madrileña
Madrid se ha convertido, siguiendo los pasos de Nueva York y Londres, en capital de musicales y espectáculos. El Broadway madrileño, en la centenaria Gran Vía, que contempla cómo sus aceras se llenan de público ávido de disfrutar. La cartelera se renueva paulatinamente, aunque los más aclamados por el público pueden pasar años en cartel, como es el caso de «El Rey León», que comienza su quinta temporada en octubre de 2016, mes en el que también se estrenará «Don Juan, un musical a sangre y fuego». Sin olvidarnos de la capacidad de Madrid para la celebración de grandes eventos musicales como el Madrid Río y macroconciertos.
Grandes, medianos y pequeños espacios escénicos de la capital, ofrecen a lo largo del año lo mejor del panorama teatral, musical y dancístico, con montajes que trasladan al espectador a mundos mágicos, imaginados por grandes directores y coreógrafos. Buen ejemplo de ello son los Teatros del Canal, el Teatro Real o el de la Zarzuela. Mención especial merecen el Festival de Otoño a Primavera y el Festival Madrid en Danza, que desde hace años constituyen el mejor escaparate de la escena contemporánea. Esta cultura relajada pero intensa ofrece una mezcla ideal para una experiencia perfecta madrileña.
Fuente: http://www.larazon.es/viajes/arte-y-cultura-por-las-calles-de-madrid-IO12855379#.Ttt1c4SrrcI0JNe
La cara más fresca de Sevilla

La cara más fresca de Sevilla
Lo moderno ha llamado también a las puertas de la Giralda. Como en Malasaña o la Bastille, una nueva energía corre por las arterias de las ciudad andaluza, donde no faltan vermuterías, librerías-bar, multiespacios vanguardistas o neochurrerías. Todo con mucho salero.
Vamos a jugar. Nos colocaremos debajo de las Setas, el monumento civil más popular de la Sevilla contemporánea. Caminaremos en dirección hacia la calle Feria, comenzando por Regina; vaya dos nombres potentes de calles, por cierto. Iremos registrando (con ojos mejor que con cámara) los códigos que construyen la gramática de lo moderno.
Veremos tabernas de sushi, librerías-café, Stan Smith, mercados que venden ostras, multiespacios, neoultramarinos y bicicletas. Pasaremos lista y comprobaremos que están todos. Esta zona no se diferencia de Malasaña o Bastille, por hablar de dos barrios que también cumplen los clichés de lo moderno. Sin embargo, Sevilla es curiosa. Aquí, la tradición, esa diva tan lucida como despiadada, manda. Cualquier persona a la que se pregunte por la nueva energía de la ciudad tardará dos minutos en pronunciar la palabra. La tradición articula todo el discurso, ya sea para abrazarla o para escapar (si es posible) de ella.

Prendas de ropa en el espacio Rompemoldes.
Sevilla solo se parece a Sevilla. Es un equivalente a Cary Grant, a El Bosco o a Chanel, por hablar de personajes que empiezan y terminan en sí mismos. Su pasado ha dejado un rastro artístico descomunal y le garantiza que, problemas de autoestima, precisamente, no tiene. Su ego es importante y se dice que lo tiene quien se lo puede permitir. Sevilla, con su carácter escenográfico, sus palmeras, sus cientos de iglesias y su sensualidad se lo puede permitir.
Nuevas energías
Todas las iniciativas que han surgido en los últimos años lo han hecho mirando de reojo a la tradición (ya hemos recurrido a la palabra de marras tres veces) que siempre es su mayor competencia. Laura Molina y Sergio Herrera, del estudio de diseño Todomuta, situado en el espacio Rompemoldes, al que volveremos, lo resumen: «es en ese terreno de la confrontación entre lo tradicional y lo contemporáneo donde nos gusta ubicarnos; es desde ahí desde donde se pueden alcanzar resultados únicos».
Son Feria, Regina y alrededores las calles que forman el núcleo de la Sevilla más contemporánea. Aquí encontramos vermuterías, restaurantes de cocina japoandaluza (Hermandad del Sushi), bares de tapas italianos (La Locanda), neochurrerías (Kukuchurro), librerías-bar (La Jerónima), ultramarinos (Salsamento), hornos de pizzas (Buoni), bares de sushi (Takumi), multiespacios (Metáforas) y librerías (El Gato en Bicicleta).

Entrada restaurante El Pintón.
Todos ellos conviven con el bar, la tienda y los vecinos de toda la vida, con esos van comentando a la vuelta del mercado que van a hacer «unas papas con chocos». Cerca, en la calle San Luis, está Rompemoldes, un conjunto de talleres en los que los artesanos trabajan y venden su trabajo. Proyectos como Todomuta, Galán o Quekuco se han gestado allí y desde allí se lanzan al resto del mundo.
Cocina sin mantel
Aunque el sustrato artesanal de esta urbe es muy potente ha sido la gastronomía la que ha actuado como punta de lanza de la llamada vanguardia sevillana. Sevilla no es una ciudad de comidas formales, de primero, segundo y postre. Se come de pie y a saltos: un montadito aquí, unas tortillas de camarones allá, un solomillo en whisky más allá.
El grupo Ovejas Negras ha puesto patas arriba esta forma de salir. Espacios como La Mamarracha, Torres y García, Tata Pila o La Chunga han logrado algo que parecía imposible: que la gente se siente a comer. Estos lugares, liderados por Juan Manuel García y Genoveva Torres, argentino y malagueña, proponen mesas sin mantel, espacios instagramables y un aire fresco que la gente agradece con llenos diarios. Genoveva reconoce que la gente les recibió con sorpresa y que «la vieja escuela tiene mucha fuerza». Otros sitios como El Pintón, situado en un caserón del siglo XVIII de la calle Francos, sigue esta estela.

Local de pastelería francesa de Manu Jara.
¿Qué es de una ciudad del siglo XXI sin sus mercados? Sevilla ha conseguido conciliar el sabor de la plaza de abastos tradicional y de la gourmetización contemporánea en lugares como el Mercado de Triana o de Feria. En el primero hallamos puestos como Bocasú, de Manu Jara, un repostero francés que integra la tradición (vaya, otra vez) sevillana con la patisserie francesa. En el de Feria, a la sombra del Palacio de los Marqueses de la Algaba, se pueden comer las delicias del mar de Barbate en La Almadraba o unos noodles. Ambos mercados merecen visita y parada.
Ruta por el centro
Hasta hace poco había escasos nuevos bares y restaurantes que se aventuraban fuera del centro. Hoy ya no. Barrios como El Porvenir o Nervión concentran algunas buenas ideas. Una ruta gastro por esta última zona pasa por Rocala, Panrallao y, por supuesto, Tradevo. Este proyecto tiene su filosofía encerrada en su nombre: Tradición+Evolución.
Gonzalo Jurado, el chef, trabaja los sabores de siempre con presentaciones no tan de siempre. Abrió en 2010 en un local escondido de Conde Bustillo y consiguió convertirse en un restaurante-destino; su segundo espacio Tradevo de Mar, también está fuera del centro, en San Bernardo y está más enfocado en marisco y pescado. Acaban de abrir su tercer espacio, Tradevo Centro, esta vez, sí, en la Alfalfa, en el centro.

Restaurante Tata Pila.
No hay viaje que no exija alguna compra. Sevilla no es una ciudad de shopping. O no aparentemente. De nuevo, el comercio tradicional nos da alegrías: un sombrero de Maquedano, una pieza de cerámica de Triana (todas las tiendas se concentran junto al Altozano) son perfectos regalos o autorregalos. Si lo que queremos es algo más 2016 iremos a The Exvotos, que revisa la tradición cerámica; Made with Lof, para mañosos; Bien Chiné, objetos de aquí y allá; o a La Galeller, para buscar joyas de hoy.
Fuente: http://www.ocholeguas.com/2016/06/01/espana/1464775716.html
Diez de los nuevos hoteles más tentadores del mundo
Hotel Palisade, Sidney (Australia)

El hotel Palisade es un clásico de la ciudad de Sidney en Australia. Este hotel, con cien años de antigüedad, reabrió sus puertas en agosto pasado tras una profunda remodelación después de permanecer cerrado durante siete años. Con vistas al puerto, el hotel es perfecto para aquellos que quieran disfrutar de la vida nocturna de Sydney o aprovechar el ambiente del bar de su azotea, el Henry Deane bar. El hotel Palisade no tiene zona de recepción así que el registro se hace directamente en el pub de la planta baja antes de tomar el ascensor que da acceso a una de las ocho suites diseñadas por Sibella Corte. Decoradas en tonos azules, blancos y grises la temática que predomina es la náutica tanto en la pintura como en el mobiliario. El hotel, además del bar de la azotea y el pub de entrada dispone de un buen restaurante donde comer o cenar en Sydney.
Formentera, el paraíso del Mediterráneo

Con apenas 83 kilómetros de extensión, alberga multitud de calas y playas donde perderse
El paraíso no está en el cielo. Emerge en la tierra. Más concretamente, en Formentera. 70 kilómetros de playas vírgenes, bancos de arena blanca, un mar de azul turquesa. Un paisaje salvaje, de belleza extrema. De las que cautiva, encandila e incluso quema. Es la isla habitada más pequeña de las Baleares. Anclada a poco más de dos millas náuticas de Ibiza, resulta perfecta para soñar despierto y vivir dormido.
Pese a tratarse de un territorio con apenas 83 kilómetros cuadrados de extensión, alberga multitud de calas y rincones solitarios para perderse, detener el tiempo, olvidarse del bullicio y ajetreo diario y relajarse. Sobre todo, eso. Relajarse. Y es que en Formentera nadie sabe la hora. Más allá de contemplar espléndidos collages en sus transparentes y cristalinas aguas, dignos de inmortalizar, el turista puede caminar y pedalear a través de sus caminos verdes, sus bosques de pinos y sabinas o sus salinas.
De la Formentera de los años 60, en la que jóvenes norteamericanos aterrizaban y fumaban marihuana mientras evitaban batallar en la guerra de Vietnan, poco o nada queda. Bueno, algo sí. Rebobino. De la Formentera de los años 60, habitada por yanquis de padres adinerados que los mandaban a la isla para evitar luchar en la Segunda Guerra de Indochina, queda esa esencia hippy que desprende tranquilidad y la convierte en un lugar idóneo para poner en práctica el lema: «Paz y Amor». Nos comenta un hogareño que hace 30 años no había luz corriente, que ahora el 4G se pilla con dificultad y que la fibra óptica todavía no ha llegado. En definitiva, un lugar perfecto para desconectar.
Los 12.000 habitantes censados, aproximadamente, se multiplican por cuatro durante la época estival. Aunque en julio y agosto las concurridas playas pierdan un ápice de pureza, no se trata de la agobiante masificación de otras áreas peninsulares. No obstante, mayo y octubre son los mejores meses para visitarla. El 70% del territorio natural de Formentera está protegido. Prácticamente no ha sufrido modificaciones, gracias a que su desarrollo turístico ha sido más pausado y tardío que en el resto de las Baleares.
Sábado por la mañana. No sé qué hora es, pero poco me importa. Entra en mi habitación una ráfaga de sol que me levanta de la cama. Quiero saltar por el balcón, zambullirme a los pies del envidiablemente ubicado hotel Roca Bella, en la inmensidad del Mediterráneo. No puedo dejar de observar las majestuosas vistas que me conmueven hasta palpitar.
Pasan unas horas. Desconozco cuántas. El tiempo se detuvo al llegar. Desde la bahía de Es Pujols nos trasladamos al pueblo de Sant Francesc Xavier. Caminamos a ritmo lento y sosegado por sus acogedoras y emblanquecidas calles. Carmen nació en Formentera en 1945. Es dueña de varios locales y charla amistosamente con Margarita, la mujer del antiguo médico. Sentadas en un banco de la céntrica plaza de la Constitución desprenden la tranquilidad característica de la isla. Aseguran que «Formentera es mejor que el Caribe». Aunque casi la totalidad de los formenterenses viven de la afluencia turística, piensan que habría que controlar las llegadas en agosto. «El pasado verano me dio pena. Hay demasiado desmadre y muchos depredadores», confiesan.
Mientras visitamos los antiguos molinos, hablamos con Pedro, el chófer que nos acompaña. Nació en Jaén y, como Samuel, el camarero de la cafetería donde hace no sé cuántas horas desayunamos, trabaja en Formentera desde mayo hasta octubre.
La brisa del mar refresca un caluroso mediodía en el Hostal La Savina, antes de embarcarnos hacia el Parque Natural. En el catamarán nos frotamos los ojos. La transparencia del agua permite bucear sin mojarse entre un fondo marítimo inaudito, que no entumece ante nuestro paso sobre la mayor pradera de Posidonia Oceánica del Mediterráneo, el más antiguo ser vivo del mundo –con sus 8 kilómetros de extensión y 100.000 años de edad–, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999. Hablar del Caribe español la desmerece. Aunque las mejores fragancias se guarden en frascos pequeños, su esencia y hermosura paradisíaca desbordan cualquier recipiente, por grande que sea. Observamos playas totalmente vírgenes, parajes de ensueño, rincones ocultos.
Formentera también se paladea. El restaurante Can Dani, que ostenta una estrella Michelin, nos deja boquiabiertos. En pleno agosto hay que reservar con una semana de antelación, pero merece la pena. Como menú de degustación nos ofrecen 10 platos, que maridamos con un Pruno, el catalogado como mejor vino del mundo por relación calidad-precio. Cóctel marino de hierbas y cítricos; bombón de pimientos asados con miel y pescado seco; caballa marinada, encurtidos, tomate seco y hierbas; coca de gamba roja, mango, tuétano y trampó; arroz cremoso de matanzas, trigueros y flor de hibisco... pero, quizás, el plato más típico de la isla sea la ensalada payesa, cuyo ingrediente más peculiar es el «peix sec» (pescado seco).
Amanece el domingo. Seguimos sin saber la hora. Se oye el mar de cerca, se huele la arena. Y antes de que el calor comience a hacer estragos, nos subimos en unas bicicletas. A golpe de pedal, entre caminos sin asfaltar y parajes imperceptibles desde la carretera, recorremos el Parque Natural de Ses Salines.
El sol se va apagando, anaranjando, como cuando se derrite una vela a propósito de una escena. En el faro Es Cap de Barbaria, donde se rodó «Lucía y el Sexo», penetramos en un acantilado tras descender por una escalera de madera que cruje y se tambalea. Recorremos una cueva natural que desemboca en el fin del mundo, y... «selfie». Minutos después, desde la terraza del Hotel Cala Saona, entre el sofoco de unas luces para que brille una estrella, vemos cómo el sol se desnuda y, poco a poco, se baña en el horizonte. Su inmersión en el agua, entre algún que otro aplauso, salpica y eterniza la imagen en nuestra memoria.
Fuente: http://www.larazon.es/viajes/formentera-el-paraiso-del-mediterraneo-KO12855528#.Ttt1Uq3lVBPiR1O
Evita Produce estrena "Mi última noche con Sara"
|
|
|
|
|
|
|
